Texto escrito y publicado por JOSÉ IGNACIO MONTOTO
en el libro #LESBOS. HISTORIAS E IMÁGENES DE UN ÉXODO.
No le conocí pero admiro su sensibilidad a la hora de escribir,
a la hora de vivir.
El mar era una letrina. Los cuerpos flotaban hinchados, henchidos, amoratados y blanquecinos; a pesar de la negrura.
La densidad de las algas abrazaba sus piernas.
No parecía que la suerte navegase junto a aquellos aquella noche.
Llovía sobre las olas, sobre montículos de olas que se desplazaban en espiral derrotando a los valientes que... a las valientes que... a las promesas que...a los sueños que... al futuro que...
Una mujer de apenas dieciséis años abraza a su bebé en el fondo del mar. En el fondo del mal.
La nueva ola se aproxima a la orilla, lleva en su cresta los sueños de una vida mejor que reposa en las profundidades del lecho marino, lleva en su cresta los gritos, la esperanza y el abismo.
Este mundo es una bestia que se ve venir de lejos.
Nosotros, nosotros vivimos tranquilos. Conocemos la tranquilidad del lenguaje gracias a nuestras camas calientes, a nuestros sofás de Ikea y a nuestra compra semanal en Carrefour.
Pequeñas bolsas de agua asoman en los informativos.
El miedo, la impotencia y la náusea en mitad del mar.
Se ven venir.
Como a los cuerpos que por las noches se aproximan a la orilla de nuestras camas mientras los observamos, en silencio, en la reflexiva posición del que se sabe nada y alguien en mitad del camino, en ese punto, en ese punto se ven venir.
Como a los cuerpos que por las noches se aproximan a la orilla de nuestras camas mientras los observamos, en silencio, en la reflexiva posición del que se sabe nada y alguien en mitad del camino, en ese punto, en ese punto se ven venir.
Los mensajes de Dios se ven venir.
Avanza la madrugada y un chorro de luna acompaña en silencio al cortejo.
El mar susurra sus nombres al amanecer.
La pleamar los va depositando uno a uno, formando montoneras en las playas, húmeda la entraña, ahogada la víscera, los labios agrietados.
Contemplen con parsimonia, a la mañana siguiente, la dureza del titular.
Avanza la madrugada y un chorro de luna acompaña en silencio al cortejo.
El mar susurra sus nombres al amanecer.
La pleamar los va depositando uno a uno, formando montoneras en las playas, húmeda la entraña, ahogada la víscera, los labios agrietados.
Contemplen con parsimonia, a la mañana siguiente, la dureza del titular.
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