Recuerdo una habitación ciega, a la que se llegaba después de subir a hombros la bici, franquear una puerta enorme, dejar a la derecha una biblioteca, un habitáculo donde el suelo se adivinaba debajo de innumerables colchones que amortiguaban la caída de escaladores que recorríamos paredes (y algunos el techo) como monos.
La convivencia de deportistas procedentes de realidades diferentes hacía soñar en un mundo paralelo a la competitividad, el egoísmo y los compartimentos estancos.
Los frikis de la escalada teníamos en "la casa okupa" un sitio de encuentro, accesible por unas monedas que depositábamos en una caja de metal, "la voluntad" para el mantenimiento de la misma.
Este tipo de acciones, de desmantelamientos, con argumentos dudosos como: "recibimos denuncias de los vecinos en el distrito de Nervión", aviva las razones que originaron la ocupación, destinar un edificio vacío y abandonado a fines culturales y vecinales.